viernes, 22 de octubre de 2010

El Viejo del Saco

El viejo del saco gritó mi mamá para asustarme y obligar que de esta forma dejara de hacer alguna embarrada tan propia de mi niñez.
Efectivamente, un viejo vagabundo venía por la antigua calle Donatello dónde vivíamos, portaba un enorme saco y al detectar la situación, hizo gala de su apodo recién adquirido y me miró con cara sombría acercándose a este niño de tan sólo cuatro años con el saco amenazante hacia delante.
Para sorpresa de ambos, el viejo del saco y mi madre, en lugar de correr a refugiarme al lugar más seguro de mi casa, avancé resueltamente hacia él. Me paré enfrentándolo y miré el interior de su saco. Metí mi mano, cogí una cebolla y salí arrancando.
El viejo miró a mi mamá y le dijo: Chiss señora, éste salió más vivo que yo.

Creo que no le tenía miedo a nada, creo que sin dudarlo era un niño feliz, un niño de pelo corto, muy corto, de grandes ojos verdes y de pantalón cortito.

Mi primera niñez, hasta los 6 años, vivimos con mis padres y mis hermanas en la casa de mi tía Clarita y su marido, el tío Tito. Hoy se que ello ocurrió porque cuándo mis padres se casaron, contra la opinión de toda la familia de mi mamá, partieron en un viejo departamento de un ambiente en la calle San Martín, dónde los cajones de manzana y/o de tomates hacían gala en sus roles de veladores, mesitas y pisos.
Ambos estaban partiendo. Mi padre cómo cobrador o algo así de la Universidad Católica y mi mamá terminando el pedagógico.
Para mi tía Clara fue tan atroz ver dónde vivía su sobrina cuando fue a conocer a mi hermana mayor Verónica, que de inmediato les “ordenó” que tenían que trasladarse a vivir con ella. Hablo de ella por que era ella la que manejaba todo en su casa, desde el vil y poderoso dinero, hasta las decisiones del día a día. Mi tío la seguía en todo sin chistar...pobrecito, y cómo nunca tuvieron hijos…pobrecito.
Mamá había quedado sóla cuando su madre, mi abuela Mery – hermana mayor de mi tía Clara- , ya viuda, se había enamorado y casado con su segundo marido, mi “abuelastro” Enrique, argentino de tomo y lomo, quien con camas y petacas se llevó a Buenos Aires a mi abuela y a cuatro de sus cinco hijas. La que no se fue, se quedó en Chile por amor. Gracias a eso yo estoy aquí.

Bueno, parece que la vida entre mis tíos abuelos y mis padres fluyó bien y vivimos con ellos algo así cómo siete años. Mi t+ia era dueña de una academia de modas muy famosa en aquel tiempo y tenía un muy buen pasar. Aún recuerdo mis confusiones de infante respecto a mi hermana mayor Verónica, pues yo creía que era hija de mis tíos y yo de mis padres. Sin duda esto se puede haber debido a más de alguna diferencia que mis tíos hacían entre su Momokita cómo le decían a la Vero y yo.

Mi hermana menor,  Ximena nació cuando yo tenía tres años. No me acuerdo mucho de ella en esa época, salvo por sus trajes de baño con vuelitos muy coquetos que empapábamos con la manguera en los días de calor.

A mis papás por fin les empezó a ir bien y así, con mucha decisión y persuasión, un día los cinco dejamos esa gran casa y nos fuimos a vivir a la calle Lynch Sur en La Reina.
Mi mamá ya era profesora y mis hermanas excelentes alumnas en sus respectivos cursos, mi padre, trabajaba mucho y bien recuerdo que, siendo ya él Gerente de la cooperativa de la Católica, yo me arrancaba del colegio y llegaba a almorzar con él y sus amigos al viejo Bar Nacional o al Candil en calle Merced, dónde él y sus amigos- mis tíos – me acogían maravillosamente bien, sabiendo que me había arrancado del fatídico almuerzo escolar.
Es que siempre fui un tipo independiente. Desde los seis años que yo recorría Santiago en la micro El Golf / Matucana, desde la casa de mis tíos, o sea, mi casa, hasta mi viejo colegio Salvador Sanfuentes ubicado al lado de la Quinta Normal, colegio en el que mi madre me había matriculado por su proximidad con la Normal N ° 1 dónde ella hacía clases. Obviamente mis hermanas cursaban sus estudios en la Anexa de la Normal, una especie de colegio de niñas que ocupaba la mitad de una manzana no ocupada por la vieja Normal, dónde las profesoras normalistas ejercitaban su arte de la pedagogía. Mi mamá enseñaba historia y artes plásticas a diferentes cursos, entre ellos los de sus dos brillantes hijas. Es más, todas las colegas” y amigas de mi madre, enseñaban allí.

Recuerdo bien aquel terremoto del año sesenta y algo que destruyó gran parte de mi colegio, lo que obligó a suspender las clases. Hurra!...sólo quedé en eso…, mi querida mamá, para que el niño no perdiera clases, me hizo asistir a clases en su colegio de niñitas por algo así cómo dos semanas. Lo pasé chancho, más las profesoras, alumnas y por cierto la Directora de la Anexa vivieron un caos ese tiempo, en el cual un bestia de siete a ocho años seguía a todas la niñas con un palo en los recreos o saltaba desde el segundo al primer piso sin tener que preocuparse por mostrar los calzones.

Mis arrancadas eran parte de mi. Era feliz subiendo a una micro o a un viejo troley recorriendo calles y avenidas. Cuando me gustaba algo, sólo me bajaba y curioseaba. Así, un día, afuera del café Haity, le tiré la chaqueta al hermano de mi padre, mi tío Roberto, a quién casi le dio un patatús al ver a su ahijado de sólo seis años en pleno centro de Santiago. Esa independencia me provocó montones de retos y castigos de parte de la Ali, pero siempre tenía un aliado en mi querido padre, quién de una u otra forma disminuía los castigos, los gritos y los pellizcones a los que mamá era tan asidua.

Mis hermanas eran dos ejemplos. Pulcras, ordenadas, estudiosas, gansas y lo suficientemente separadas por la edad para no pelear entre ellas. Pese a eso, cuando yo hacía de las mías y el castigo de la matriarca azotaba mi trasero, mis dos hermanas lloraban pidiendo clemencia…que divertido.

Mi papá, a quién le iba bastante bien, vivía rodeado de amigos de todos colores, tipos y apellidos. Mi casa era un ir y venir de fiestas y reuniones, salvo los domingo, que inefablemente íbamos todos a almorzar a la nueva casa de tía Clarita y tío Tito en calle Oxford. Allí llegaban mi tío Eduardo con la tía Estela, el tío Alejandro con la tía Tila (Domitila se llamaba), ambos hermanos de mi abuela. Mi tía nos hacía unos maravillosos e inolvidables alfajores que debíamos comer rápido para que su marido no nos retara por dejarlo sin sus dulces favoritos.
Navidades, años nuevos y toda ocasión eran motivo para que la tía ostentara su matriarcado frente a toda la familia con deliciosas comidas y el infaltable bote de helado de la Escarcha de tres sabores.

El Colegio fue para mi una anécdota de vida, dónde conocí a muchísimos amigos y me hice odiar por otros tantos profesores e inspectores. Que “Sr. Cuadros está suspendido” o que “Sr. Cuadros tiene que venir con su apoderado” eran parte de mi rutina. Hasta recuerdo que el profe jefe de básica no daba correazos en el trasero con…¡nuestros propios cinturones!, ya que él usaba suspensores.

Mi abuela Chela, la madre de mi papá vivía entonces con la familia de mi tío Roberto, quién se había casado más viejo y tenía recién tres pequeños hijos que eran mis primos chicos. Recuerdo con cariño esa casa en la Villa el Dorado. No obstante, no recuerdo mucho el ambiente que allí reinaba. Ahora entiendo que el matrimonio no funcionaba y mi abuela era motivo de discordias. De hecho, se separaron años más tarde cuando mi tía se enamoró de otro señor.
Menciono esto por que ellos no estuvieron tan presentes cómo si lo estuvo la familia de mi mamá, hasta que después de esa separación, mi abuela se fue a vivir con nosotros hasta el día de su muerte y fue un gran apoyo en todo lo que vivimos cómo familia años más tarde.

Salí de 8° básico y decidí que quería ser mecánico automotriz, ya que mi pasión eran los autos desde chico (cuando tenía 3 años, dejaba en vergüenza a mi tía Clara cuando yo en la micro mirando los neumáticos de los autos, le gritaba extasiado, “tía, tía, ota guea”, jaja)

Pero me equivoqué. En vez de aprovechar la alianza que tenía mi colegio con el Instituto Nacional, decidía entrar a la Escuela Industrial Chileno Alemana. De autos, nada, de pelotudeces cómo tener que perforar, limar, taladrar, tornear y frezar un pedazo de fierro todo. En ese colegio duré un año, ya que repetí el primero medio…pero allí conocía al más gran amigo que me ha dado la vida hasta el día de hoy. Marco.
Fuimos inseparables desde ese día en que nos encontramos mirando las listas de notas, ya que él estaba en la tarde y yo en la mañana, y al ver su apellido y él el mío recordamos lo que nos decían cómo amenaza diaria nuestros comunes profesores: ¡Sr. Cuadros, es que usted quiere ser cómo el Sr. Becerra!!?? Nooooo….¡Sr. Becerra, es que usted quiere ser cómo el sr. Cuadros!!??...Nooooo. Quién diablos sería Becerra pensaba yo, no tenía ningún interés de ser cómo ese monstruo. Roberto Cuadros y Marco Becerra se conocieron ese año y no se separaron más.

Recuerdo las elecciones del año 70, que enfrentaba a Alessandri con Allende, y en mi casa viví y escuché las más sabrosas discusiones políticas ya que mis padres ostentaban diferentes candidatos cómo el ideal para Chile. Mi madre socialista hasta los huesos y mi padre, conservador y nacionalista.
Mi hermana mayor, idealista de papel según mi pensamiento, se hizo comunista una vez instaurado el gobierno socialista de Allende y tenía reuniones y actividades de partido tan sólo a los 15 o 16 años.
Mi hermana mayor, el año 72 obtuvo una beca para ir a estudiar 4° Medio a Dinamarca, país del cual nunca más volvió, salvo de visitas y con su marido danés con el que está unida hasta hoy.
Estando yo en el colegio un martes 11 de Septiembre, detuvieron las actividades para mandarnos a casa por que había un Golpe de Estado. Muy rápidamente llegue a mi casa y por fortuna estuve allí para detener a mi madre que quería irse ala Normal de La Reina a “detener esta injusticia”. Creo que hasta del pelo la tomé para impedir su decidida acción. Mi padre entonces ya trabajaba con la familia Yacometti en una fábrica de clavos de herrar y manillas de urnas (que tétrico). Esta fábrica estaba en el cordón industrial de Cerrillos, por lo que después de un largo día de angustia, llegó a casa a eso de las 5 de la tarde.
Fueron días duros, con un toque de queda inicial a las 6 PM, y posterior a las 11 de la noche. Con bandos y más bandos, con miltares obtusos que cortaban los pantalones de las niñas por que las mujeres debían usar faldas, que invadían poblaciones enteras y vejaban a la gente. Nosotros tuvimos que cortar en mil pedazos una camisa burdeo que mi hermana había dejado en casa, junto a mucha literatura de Marx y Lenin que inundaba la pequeña biblioteca de su dormitorio

Mis padres, en paralelo al trabajo de él, había instalado un par de rotiserías, afortunadamente a nombre de mamá. Estas fueron los verdaderos bastiones económicos de lo que se venía encima.
Poco después del golpe, no recuerdo bien fechas, vino el descalabro económico de mi padre, quién, hasta dónde entiendo y creo aún, fue estafado por los socios de la empresa donde él era el representante legal. Impuestos Internos no se detuvo, por tanto él se fugó a Argentina, a la casa de la familia de una de las hermanas de mamá.
Mi madre, haciendo mil y un esfuerzos logró en un plazo no mayor a un año, limpiar la imagen y la deuda de mi padre, lo que le posibilitó la vuelta.
Durante ese período, que vivimos mi mamá, mi hermana chica y yo, creamos todo un sistema de vida acorazado frente a las decenas de receptores judiciales y carabineros que llegaban a diario a mi casa. Yo tenía muy claro el protocolo de aquellas visitas y sabía, por expresas y concretas recomendaciones de mi mamá cómo atender a estos señores de bigotito fruncido y corbatas gastadas. En la casa sólo teníamos las camas y eso era inembargable. Ni se dónde escondió todo mi mamá, ni tampoco en que momento traspasó la propiedad del departamento a su nombre. La vieja era de aramas tomar y lo representó a más no poder.
En ese período recuerdo haberlo pasado muy bien con mi gran amigo Marco Antonio y las mil y una que hacíamos. Pertenecimos a diversos grupos de amigos, en los cuales nosotros evolucionábamos y dejábamos cuando no sentíamos que nos aportaban. Tuvimos muchas pololas en dupla. Niñas bien, niñas mal, niñas pudorosas y otras no tanto. Creo que ese año fue el que fortificó más que nunca lo que aún tenemos.

Mi padre volvió muy mal. Abatido, derrumbado, alcohólico, intolerante y muy deprimido. Los siguientes dos años fueron realmente confrontacionales entre ambos, ya que yo no entendía por qué él seguía siendo tan detestable con mi madre después de todo lo que ella había hecho por él.
La frágil situación económica nos obligó a cambiarnos de casa y nos fuimos a una casa vieja de la calle Santo Domingo, contigua a una de las rotiserías que mencioné antes, cuando yo tenía aproximadamente unos 18 años y estaba ad portas de entrar a la Universidad.
Mi mamá instaló un verdadero negocio en aquella casa grande y vieja. Vendía arreglos florales, hacía empanadas, daba almuerzos y alojamiento a alumnos del Barros Arana, además, se encargaba del negocio (el otro había sido vendido). Tan bien le fue en eso, que alcabo de unos meses, arrendó otro local a media cuadra y puso una pequeña fuente de soda que desde ese día fue administrada por mi papá. Al menos, eso le daba sentido a su vida tan azarosa de entonces.

En 1976, entré a estudiar Publicidad a la Universidad Técnica, dónde hice mi mundo y me nutrí de mucha gente sin problemas cómo los que yo había vivido esos últimos años. Quizás por eso, por el trampolín de huir de mi mundo es que me fue bastante bien en la carrera, en la cual me titulé a fines del año 79, empezando a trabajar con un sueldo más que aceptable un 10 de Marzo de 1980.
Poco antes de eso, específicamente a principios del 79, mi padre, quizás con el objeto de reconciliarse conmigo después de un par de años de muchas peleas, me regaló una pasaje de ida y vuelta a Europa, indicándome con tiempo que yo tenía que juntar las platas para mi estadía. Me fui a España con US$ 64 en el bolsillo (mis padres nunca lo supieron), total, yo era un tipo que me podía arreglar sin duda en Europa. Y lo hice. En Madrid trabajé en un bar lavando copas, me alojaba en casa de amigos de otros amigos, estuve con un grupo de chicos y chicas muy entretenido, además vendía postales e insignias diversas que compraba en Chamartín. En Barcelona me estafaron en las ramblas y me quedé sin un peso. Me tuve que arrancar del hostal en que estaba. En Venecia vendí naranjas por dos semanas y me arranqué cuando percibí que el dueño de esa frutería, que además me daba alojamiento y comida, quería casarme con su hija. Pasé un día por Roma y otro por Florencia y dado que no conseguí nada de laburo, llamé a mi hermana mayor que me mandó un pasaje para irme a Dinamarca, pero yo quería conocer más, asi que deambulé por estaciones de trenes de Italia, Austria y Alemania, antes de llegar a mi destino. En las noches dormía en las estaciones y de día me colaba a los trenes.
Me di el lujo de esquiar en los alpes austríacos con unos amigos recomendados de mi hermana que estaban en Ellmau, con ellos después viajé a Munich, enamoré a sus dos hijas y de nuevo me arranqué, esta vez al cálido hogar de mi hermana y su marido en el corazón de Copenhague. Unas tres semanas debo haber estado allí, incluso me enganché con la hermana de mi cuñado y bueno, después de eso, ya era hora de retomar mis rumbos. Me fui a París a la casa de Sergio Arriagada, un tío músico que hasta ahora vive allá. Bohemio y amante de la noche, con él disfruté un París nunca visto por un turista convencional. También tuve un romance con una dentista. Finalmente volví a Madrid, otras dos semanas dónde una de las amigas de mi primera pareja madrileña me confesó su amor. Guau, casi me quedo, el problema es que estaba en un hostal y sin trabajo. Recuerdo que comía pan con paté de La Piara todos los días. Después de tres meses patiperreando, ya estaba de vuelta en Chile, en mi bolsillo traía US$ 45…no está mal?
Cerré mi vida universitaria y me puse a trabajar.Creo que desde allí en adelante, soy un adulto, por lo que eso corresponderá a otro relato, jaja.


Roberto Cuadros
Julio 25 de 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario