viernes, 22 de octubre de 2010

Travesía

En el sur, los resabios de un invierno crudo empezaban a desaparecer paulatinamente con la llegada del mes de Septiembre de ese año. Hermosos ciruelos vestidos de rosa, rayos de sol más templados y vigorosos y una alegría de aire, de atmósfera y de piel marcaban la llegada de esa maravillosa época, en que el año se viste de flores.

Al otro lado del mundo, en el hemisferio que auguraba lo contrario, Serafín vió a su bandada emigrar al sur.
Nunca lo había hecho, nunca su naturaleza le había permitido sobrellevar un invierno. En sus genes más recónditos sólo estaba la búsqueda del calor y el alimento motivados por esa clásica e irrefutable costumbre que tenían todas las golondrinas de volar en bandadas hacia el placentero y fulgurante astro amarillo, hacia dónde brotaban los dulces capullos en flor, hacia el sur lejano.

Serafín amaba a Violeta, golondrina hermosa, de plumaje radiante blanco y negro azuloso, de finos y cuidados aleteos en su volar peregrino, de hermoso pico amarillo brillante y ojos redondos y vivaces.
Violeta tenía la maravillosa habilidad de capturar más del doble de insectos en vuelo que el común de sus congéneres. Claro, era hembra y durante años había alimentado sin tregua a los polluelos criados en esos nidos de barro y hiervas construidos por Serafín año a año a la vuelta de sus peregrinajes al sur del mundo.

En la memoria rústica de aquella hermosa ave macho, permanecían los recuerdos de todos y cada uno de esos pequeños huevos amarillentos, con manchitas parduscas que habían fecundado en sus nidos cálidos y protectores.
Violeta, con paciencia y esmero, les había enseñado a volar a todos, mientras él, cómo buen macho de la especie, procuraba el alimento a esas insaciables y diminutas avecitas. Las reglas estaban claras en esta comunidad de plumas y ambos las había cumplido siempre de la mejor manera.

Por años, Abel había sido el líder de la bandada en sus migraciones. Era el mayor de todas las golondrinas macho y su innato instinto era perfecto y regular. Era él el que mediante sus gorjeos y aleteos indicaba año a año el momento de partir a su bandada.
Serafín era importante para Abel, ya que él por lo general se le encomendaba cerrar el ala derecha de la bandada cuándo volaban en V. Era así. Los machos guiaban y también cerraban los peregrinajes.

Sin embargo, en esta oportunidad, la clásica ubicación de vuelo de Serafín sería sustituida por otro macho al que todos llamaban “Halcón” por su curioso plumaje similar al de sus principales depredadores.

-         Abel, no se si pueda soportar la travesía, el dolor no disminuye y el movimiento de mi ala izquierda todavía es torpe. Confesó Serafín al líder de la bandada.
-         Uff, es una complicación mayor amigo mío. No sé si podremos esperar más tu recuperación, ya se acercan los vientos gélidos del norte…
-         Creo que tienen que partir sin mí, replicó Serafín.
-         Pero sabes lo que significa no?. Tendrás que pasar el invierno aquí, en esta tierra de nieve y temperaturas bajo cero, dijo Abel. No sé si puedas soportarlo.
-         Por favor Abel, llévate a mis hijos y a Violeta con la bandada al sur, yo veré cómo capeo el frío y el hambre.
-         Está bien amigo, me encargaré de que quedes aprovisionado y protegido. Le pediré a Halcón que ocupe tu lugar en la bandada. Tu familia será mi preocupación permanente. Partiremos mañana con los primeros rayos de sol.

A Serafín no le fue fácil explicar a Violeta la decisión tomada. Ella estaba deshecha, su macho de hermoso plumaje no volaría con ella y sus polluelos al sur este año. Él quedaría sólo, ella estaría sóla. No existía posibilidad de que ella se quedase, pues de ser así, los polluelos tampoco volarían y morirían fácilmente con la primera helada o ante el primer depredador.

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Serafín aguzó su vista hacia aquella perfecta V que marcaba el cielo rumbo al horizonte. El dolor de su ala izquierda, le devolvió a la realidad.
Tendría que hacer frente al duro invierno canadiense, ya que aunque se recuperara de su ala lastimada, volar sólo sería un despropósito mayor. Un suicidio.
Debe haber contado más de cincuenta bandadas de congéneres que volaron por sobre su cabeza aquella mañana de luz rosácea y gris en el cielo del norte. Abajo sólo quedaba él en aquel gran nido, premunido, tal cómo se lo prometió Abel, de suficientes polillas, moscas y gusanos que sus amigos habían dejado para su alimentación.

-         Mamá, ¿por qué el papá no puede venir después a encontrarse con nosotros? –preguntó Timón, uno de los polluelos a Violeta.
-         Es imposible que vuele sólo hijo. Tendrá que pasar el invierno en nuestro nido mientras su ala mejora.
-         Pero…y si lo ve un águila, o una serpiente trepa al árbol..?
-         Nada de eso sucederá mi amor. Tu papá es un ave sabia, sabe cuidarse y créeme que estará muy bien. Replicó ella, tratando de parecer segura ante su hijo.
-         Es que lo echaremos de menos, alegó Mirsa, la más pequeña de las golondrinas que volaba atrás de su madre.
-         Todos lo echaremos de menos, pero lamentablemente ya no era posible esperar su recuperación. Él me dijo que por ninguna razón dejáramos de venir al sur.


La travesía al sur duraba entre veinte y treinta días, volaban por el día y se alimentaban en el aire, con sólo bajar unas decenas de metros y volar sobre los pastizales verdes o lagunas, sus picos se llenaban de insectos sabrosos y de variados sabores, dependiendo de la zona por la que estaban. Este era una nueva aventura para las golondrinas menores, quienes gozaron la caza casi cómo si fuese un juego.
Por las noches, a las órdenes de Abel, toda la bandada se acurrucaba en torres de iglesias, en árboles añosos o simplemente en techos altos de las colinas que circundaban la grandiosa cadena montañosa del sur.
En ocasiones, la lluvia les obligaba a ascender por sobre los nubarrones, o bien guarecerse hasta que parara el aguacero.
La vista era maravillosa desde lo alto. Unas veces campos enormes de diversas plantaciones cuyas semillas eran también un bocado para las golondrinas, otras veces volaban por sobre las faldas de la pre-cordillera con sus picos aún nevados, el azul del mar, siempre a su derecha, marcaba un hermoso horizonte azul intenso que brillaba con los destellos del sol de la media tarde o del ocaso.

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En el norte, el invierno se hacía sentir día a día.
Serafín había escuchado a sus amigas las garzas que el frío era muy intenso y que congelaba hasta los plumajes cuando caía nieve sobre la ciudad.
Una noche, envuelto en cientos de plumas de polluelos y ramas de ciprés, cayó sobre su pequeña cabeza un copo de nieve. Luego otro, y otro, y otro.
Su nido estaba en lo alto de lo que había sido un molino en la zona este de Québec. En su última migración al norte, Abel había decidido por ese lugar por que no estaba en la ciudad misma y por que tenía muchas vigas y ventanucos que ofrecían un buen ancho para soportar los nidos llenos de huevos. A Serafín y su familia, les había acomodado tomar una pequeña ventana del ala oriente de aquel viejo molino, dónde el sol de la mañana los amparaba y a la vez los protegía de los vientos de las tardes de Québec.
Pero él no había estado en el invierno allí, por eso, se sorprendió con aquellos blancos y húmedos fragmentos de nieve arrastrados por el viento este.
El sol matinal no existía. El cielo estaba encapotado y muy gris.
Decidió entonces, trasladarse a algún otro nido que estuviese en alguna de las vigas interiores. Pero no sería fácil. Su ala aún le impedía volar bien y tendría que trasladar todas sus reservas a su nuevo hogar.
Pensó durante un rato y decidió caminar por la cornisa hacia el interior del molino.
Una voz desconocida lo sorprendió.
-         Hola golondrina, ¿qué haces tú aquí? Serafín sorprendido miró en redondo y vió una gran urraca posada en una de las vigas. No alcanzó a contestar cuando la urraca siguió su cuestionamiento.
-         Ah ya veo que estás algo maltrecho y seguramente la bandada se fue sin ti, que lástima, no vivirás para verlos de nuevo.
-         ¡Que agorero eres siempre! Le gritó desde el interior de la cúpula una lechuza con la clásica máscara de corazón en su rostro.
-         Bah, cállate, nadie te invitó a mi diversión con el pequeñín, replicó la negra ave.
-         Eh, soy Serafín y efectivamente estoy herido, por eso me quedé aquí.
-         Pues eres bienvenido, yo soy Mateo, lechuza canadiense y he decidido quedarme aquí este invierno por la gran abundancia de ratas de agua…mmmhhhh.
-         ¡Qué asco! Intervino la urraca. Eres un espécimen carnívoro y de los peores. Me asusta que un día te de por comer pájaros.
-         Necesitas ayuda Serafín dijo ceremoniosamente la lechuza, haciendo caso omiso al comentario de la urraca.
-         Pues sí .dijo la golondrina. Me gustaría trasladar mi nido a una viga interior ya que no podré soportar las heladas desde la cornisa dónde estoy.
-         Hecho! Dijo Mateo. Y acto seguido voló por sobre las cabezas de ambos y se situó junto al nido que tenía forma de un cuarto de esfera.
-     Si, es liviano, si convencemos a la urraca podremos moverlo sin desarmarlo.
-         Ni lo piensen, ¿qué gano yo con eso?
-         Está bién miserable pajarraco negro, lo haré sólo.

Dicho esto, la lechuza desplegó sus alas, que más que duplicaban a las de Serafín, tomó un impulso revoloteando por la elipse de la cúpula y hábilmente sobrevoló el nido con las patas abiertas cómo tenazas. Asirla fue relativamente fácil, no así su vuelo con el peso de esas pajas apelmazadas con barro. Pero lo hizo, voló trabajosamente hasta el lugar que determinó era el más adecuado y posó el nido de la golondrina en una viga inferior protegida de los vientos y heladas de las ventanillas superiores.

-         Ya, el tema de la casita está listo, ¿y cómo lo harás para comer golondrina? Musitó irónicamente la urraca, cuyo nombre era Raquel
-         Vamos de a poco, respondió Mateo, ya veremos cómo ayudamos a nuestro amigo.
-         Ja, seguro le traerás lauchas muertas….puaj, que asco!!

Serafín rió con el comentario, aparentemente no estaría tan sólo ya tenía dos amigos, o uno al menos.
          
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La bandada ya había recorrido miles de kilómetros hasta llegar al lugar que sería su habitat durante esa primavera y verano en el sur del mundo.
Abel y otros machos, habían sobrevolado durante varias horas aquel lugar para cerciorarse de que no habían aves de rapiña ni alimañas peligrosas para los futuros polluelos, que habían suficientes plantas y charcos para la provisión de insectos necesaria para alimentar a un clan que superaba el millar de golondrinas.

Cada macho se preocupó de recolectar suficientes ramitas y paja para en la orilla de una laguna, empaparlas de barro y llevarlas al árbol escogido por la hembra.

Violeta fue ayudada por su hijo más fuerte, Claude, el que a su vez  fue apoyado por Abel, quien en su instinto de líder de la congregación se sentía muy responsable de la familia de su gran amigo Serafín.
Quién no ayudó, pero que sin duda estaba muy feliz que Violeta estuviese sóla era el eterno pájaro díscolo e irresponsable de la bandada, Juan. Él siempre, desde que Violeta era una polluela la siguió y la trató de conquistar, pero el éxito de aquella empresa fue nulo tras la unión de su amada con Serafín.

Juan miraba desde lejos a Violeta y sus hijos armando nido, mientras él, posado sobre el tallo de una gruesa hoja de plátano, no hacía nada.
A sus mente acudieron aquellos momentos de furia cuando Serafín gorjeando desde la rama más alta comunicaba a todos su amor por Violeta, mientras ella arrobaba lo contemplaba con amor.
Maldito pájaro, lo había despojado de aquella hembra grande, sana y de plumaje cómo terciopelo. (pero ahora todo será diferente querido y congelado Serafín. pensó Juan recordando el episodio ocurrido antes de la migración)
...Ya terminaba el verano pasado en Canadá cuando Abel dio instrucciones a los machos que comenzaran a conseguir más y más alimento para preparar a toda la comunidad para el largo vuelo hacia América del Sur. Era así. Todas las golondrinas comían durante varios días el doble de su ración habitual para generar más grasa y por ende calorías para soportar las largas jornadas de vuelo que se venían por delante. Estas grasas en el vuelo se transformaban en la energía necesaria para no tener inconvenientes de cansancio.
-         Júntense de a parejas y vayan en diversas direcciones, ordenó Abel
-         Vamos hacia el oeste Serafín, dijo amistosamente Juan

Sin dudarlo, Serafín aceptó y volaron en ese rumbo, hacia los bosques de nalpa que se divisaban desde la colina.
Para el deleite de ambos, descubrieron un panal abandonado por sus originales moradoras, pero extraordinariamente lleno de larvas, gusanos y otras exquisiteces.

Ambos llenaron sus picos y ambas patas con cientos de insectos y volaron hacia el molino unas cuantas veces, acarreando las sabrosas provisiones.
Al atardecer ya estaban cansados, especialmente Juan que era bastante flojo. Por tanto se posaron sobre la rama que soportaba el gran panal y decidieron dormitar unos minutos. Serafín no advirtió que Juan no cerró sus ojos.
Poco antes, el flojo pájaro había divisado otro gran panal sobrevolando hacia el este, pero éste, a diferencia del primero, estaba lleno de las temidas abejas asesinas.
Tomó entre sus garras un trozo de la miel seca del panal abandonado y voló hacia el otro, el habitado. Se posó en una rama muy alta y desde allí dejó caer sobre el hogar de las abejas el trozo de miel seca.

El golpe fue seco. Alertó a las abejas quienes ante cualquier ataque deben proteger a su reina y salieron de inmediato del panal en busca del agresor. Juan, que sabía lo que iba a suceder, voló hacia el viejo panal, pero en lugar de avisar a Serafín, se escabulló en una rendija bastante oculta del tronco añoso, sin que las abejas lo detectaran.
Estas, al llegar a su viejo hogar, vieron al supuesto agresor posado en una rama y arremetieron con furia hacia él.
Serafín despertó con el zumbido y pese a que pudo evitar los aguijones asesinos de aquellas obreras, su repentina huída hacia lo alto le hizo impactar su ala izquierda con una enorme espina de aquel árbol. Pese al enorme dolor y a la casi inmovilidad que le produjo el choque, voló raudamente hacia el cielo, dejando muy atrás a las abejas.
Pensando que su amigo Juan había muerto en el ataque, a duras penas volvió al viejo molino muy triste y herido.
Llegó muy entrada la noche. Halcón, Abel y otros machos los habían buscado en la periferia desde la llegada de Juan unas horas antes, quien había contado a todos que habían sido atacados por las abejas asesinas y que probablemente Serafín no hubiese sobrevivido, pese a sus intentos de desviarlas hacia él.
Violeta lloró de emoción al ver el vuelo desigual de su macho herido, pero vivo.
La herida fue muy grave. La espina atravesó por completo el hombro de su ala y la sanación de ello tomaría más tiempo del necesario para la migración al sur.

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Juan voló hasta la rama dónde Claude y sus hermanos Timón y Mirsa mezclaban el heno con el barro haciendo una verdadera amalgama protectora.
-         Hola chicos, está su madre?
-         Si tío dijo Timón. Arriba en la rama que da al sol.
-         Me carga este tipo dijo Claude a sus hermanos, una vez que Juan voló en dirección a su mamá.
-         Porqué? preguntó Timón
-         No te has dado cuenta?. Siempre ha rondado a mamá cuando el papá no está, y ahora que estamos sólos, sin duda tratará de aprovecharse de la situación.
-         Bueno, entonces vamos dónde mamá, replicó Mirsa.
-         No, tranquila, ella sabe cuidarse y en algún momento se dará cuenta de las intenciones de este pajarraco.

Juan, con una pequeña larva en su amarillo pico, se ubicó junto a Violeta y le cedió el bocado, el que ella engulló gustosa.
-         Cómo estás querida amiga?
-         Uf, tan preocupada por Serafín. No sé si podrá sobrevivir estos meses de hielo y frío allá en el molino del norte, dijo Violeta mirando el ocaso.
-         Si. Dijo él. Yo también he pensado mucho en Serafín, mi gran amigo y camarada de todos estos años.
-         Y pensar que si no hubiese sido por ti probablemente habría muerto ese día de las abejas.
     
-         Así es, afortunadamente las abejas me siguieron a mi y no a una golondrina herida.
-         Nunca te agradecí tan honorable acción querido Juan.
-         No tienes que hacerlo, sabes que cuentas conmigo desde siempre, ah, y no lo olvides especialmente estos meses que estarás sola con tus hijos.

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Esa noche, en el norte, arreció un fuerte temporal de truenos y mucha lluvia. La temperatura era muy baja. Serafín, con sus plumas abiertas para controlar el calor de su cuerpo pensó en su Violeta y en sus hijos allá en el calor del trópico sureño. Cuánto extrañaba a su familia, cuánto extrañaba a su hembra, cuánto extrañaba a su bandada.
Él en su nido, escuchaba el trepidar del aguacero en las tejas del molino. Más arriba la última viga, dónde de día se posaba Mateo, estaba vacía. El aprovechaba las noches para salir de cacería de roedores de larga cola. La urraca, dormitaba en una saliente de los ladrillos mal puestos por un albañil de hace muchos años.
Pese al ruido de la lluvia, Serafín escuchó un ruido que rompía la monotonía de las gotas sobre el tejado. Aguzó su oído y fijó la vista en el suelo del lugar. Al principio no vió nada, pero al fijar más su aguda vista, una sombra grande se movió en dirección adónde dormía Raquel.
Era un gran gato color miel, cuyos ojos amarillos no dejaban de mirar a la presa elegida. Sigilosamente, pisando levemente el suelo y con una cadencia sólo digna de un felino, el gato se iba acercando hasta quedar a sólo un salto de enterrar sus garras en aquel ave azabache.
La golondrina no lo dudó. Ella estaba lo bastante lejana a un ataque del gato, por lo que de inmediato gorjeó fuerte y directo.

        - Raquel, huye, un gato!!
La urraca despertó de inmediato y lo primero que vieron sus pequeños ojos negros fueron aquellos diabólicos ojos amarillentos escoltados por un par de garras en el aire. El vuelo fue inmediato, exacto, tanto que sintió cómo una de las garras le sacaba una de las plumas largas de su cola.
El gato cayó pesadamente al piso, indignado por haber perdido aquella gran presa, y de inmediato corrió hacia fuera, no sin antes mirar de reojo al pájaro soplón de allá arriba.

-         Uf, estuvo cerca!, exclamó Raquel
-         Si, siento no haberte avisado antes, pero no lo vi hasta…
-         No te disculpes pequeñín, me acabas de salvar la vida, le interrumpió la urraca.
-         Qué bueno, ¿estás bién?
-         Si, un poco asustada y con una pluma menos. Gracias Serafín. (Esta fue la primera vez que la urraca le llamó por su nombre, lo que alegró mucho a Serafín.)
-         No hay de qué, replicó entusiasmado, somos un equipo, o no?

Dicho esto, la urraca se posó junto al nido de la golondrina y al cabo de unos minutos ambos ya dormitaban.
La mañana llegó sin sol, pero también sin lluvia.. Ambas aves, junto a otras de la cercanía comenzaron a gorjear antes de salir por el alimento matinal.

-         Buenos días mis amigos. La voz de Mateo fue más fuerte que los iniciales gorjeos de ambas aves.
-         Hola Mateo, ¿cuándo llegaste?, exclamó un contento Serafín.
-         Hace un par de minutos, y les he traído desayuno!
-         Puaj, ¿¿ratas amizcleras muertas??,inquirió Raquel.
-         También, pero miren estas sabrosas y gordas larvas que tengo para ustedes.
-         Hurra! Gritó la golondrina, que hace días no veía un bocado tan apetitoso y vivo aún. El hambre ya estaba asolando esa zona y cada día era más difícil encontrar lombrices por la nieve acumulada en los alrededores.

Las tres aves comieron sus bocados. Las gordas larvas, la urraca y la golondrina, y una rata de cola larga la lechuza. Mientras comían Raquel le contó a Mateo el episodio de la noche anterior,  quién escucho atentamente girando su cabeza de uno a otro.
Serafín se sintió orgulloso de su proeza, y también porque ahora eran un equipo de tres socios, tres amigos, tres camaradas.
Ya no estaba sólo.

El día siguiente le depararía una sorpresa a Serafín. Nunca supo porqué ni de dónde, pero al volver a su nido de un breve vuelo matinal para desperezarse y ejercitar su ala izquierda, encontró en el medio de su hogar un pequeño pendiente de oro macizo, de aquellos que usaban las humanas. ¿Cómo habría llegado allí?, ¿es que un humano había husmeado su nido perdiendo sin darse cuenta aquella joya?.
Raquel, en una esquina, le miraba con el rabillo de su negro ojo. Una leve sonrisa se dibujó en su pico.

Cuando el invierno ya estaba instalado y la nieve cubría todo el entorno de Québec, el ala de Serafín ya estaba casi totalmente sanada. Volaba sin dolor ni dificultad. Raquel le acompañó siempre en sus primeros vuelos, volando más lento que su amigo para ir a su lado. En más de alguna oportunidad le ayudó a recuperar su altura cuándo el ala izquierda le flaqueaba.
Un día, mientras descansaban junto a un gran hulmo, posados en las raíces sobresalientes de aquel antiguo árbol, Serafín y Raquel se pusieron a conversar:
-         ¿En que etapa del invierno estamos Raquel?
-         Creo que empezando el tercer cuarto, ahora viene lo más duro, replicó ella.
-         ¿Y tú siempre has soportado estos inviernos tan helados?
-         Soy de una especie más sedentaria. No siempre, pero la mayor parte del tiempo permanecemos en el mismo lugar. Recuerdo hace un par de temporadas que migramos hacia el sur pero fue tarde y perdí a varios camaradas. No seguimos y nos quedamos a sólo unas millas de acá.
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         ¿y porqué salieron tan tarde?
-         Ya te lo dije, no somos aves migratorias cómo ustedes o las cigüeñas, pero el invierno llegó de improviso, muy intenso y no había comida. No nos preparamos lo suficiente y tampoco teníamos claro hacia dónde podríamos llegar.
-         ¿y tú crees que un ave puede migrar sóla?
-         Nooo, es imposible. Sería presa fácil para cualquier halcón o águila que le vea en el cielo. Además, sin un guía que sepa la ruta, se perdería fácilmente.
-         Si, pero yo era el patrón de cola en mi bandada, y en los intercambios hasta me tocó liderarla
-         Ah!, hablábamos de ti, dijo socarronamente Raquel. - Okay, pero eso no te protege de los depredadores…
-         Tienes razón, es imposible, musitó la golondrina con la vista perdida en el horizonte.

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El campo de maíz dorado simulaba un océano amarillo. Volando a baja altura, casi rozando con sus panzas las espigas y con los picos abiertos para llenarse de pequeños coleópteros y mosquitos, gran parte de la bandada se alimentaba esa mañana cálida.
Entre ellos, Claude, Timón, Mirsa y muchos otros amigos, se divertían más que alimentarse, gozando con vuelos que incluso los sumergían entre los pináculos dorados. La sensación de libertad era casi tan extraordinaria cómo la felicidad del juego de aquellas aves jóvenes que ya se preparaban para la temporada de apareamiento.
Violeta, después de alimentarse se había situado sobre unas ramas que sobresalían en aquel campo y miraba orgullosa a sus hijos de la última cría.

-         Hola preciosa!, exclamó Juan mientras aleteaba al posarse junto a ella.
-         Ups…hola Juan, me asustaste.
-         Mmhh, estabas muy concentrada viendo a tus hijos jugar si no me equivoco.
-         Si, están tan grandes y ya buscan a sus parejas para formar sus propios nidos…que orgulloso estaría Serafín si los viera.
-         Ah, Serafín, ¿qué será de él?, debe tener algo de frío ya…
-         No te burles por favor. Ojala esté bien y a salvo.
-         No me burlo querida, sólo…
-         Está bien, y a propósito cómo me encontraste.
-         Me alimenté bastante bien y determiné que un buen postre no sería mala idea.
-         ¿Perdón?
-         No me malinterpretes, lo que pasa que allá dónde comienza el bosque descubrí un platanero cuya sabia es cómo la miel, ¿quieres probar?
-         No sé, no quiero alejarme mucho de la bandada.
-         Vamos, ya eres dueña de tus propios actos, acompáñame y disfrutemos de esa dulzura, ¿te parece?
-         Está bien, pero por sólo unos minutos.


Dicho esto, ambas aves desplegaron sus grises alas y volaron la distancia que había hasta aquel lugar. El bosquecito era más grande de lo que se veía, y las grandes hojas de los plataneros oscurecían el sol de aquella mañana.
Violeta siguió a Juan en el sobrevuelo de las palmas, hasta que llegaron al árbol del néctar dulce prometido.
Mientras ella se posaba en la base del árbol, él sobrevoló la copa cómo era la costumbre de los machos para proteger a las hembras, para ver si el terreno era seguro, por lo que Violeta no le dio importancia a qué él no bajara con ella.
Estaba ensimismada introduciendo su pico en aquella golosina cuando sintió sobre su lomo las extremidades de su amigo que se posó en ella con la intención de aparearse. Ella aleteó desesperada, pero él con sus alas lo impidió. Se volteó hábilmente y se sacó de encima a Juan.

-         Qué pretendes idiota! Le gritó indignada.
-         Aparearme contigo mi belleza.
-         ¡Es que no se te pasa por tu pequeño cerebro que no me interesas nada!. Ella gritaba en su nerviosismo.
-         Vamos, no seas tontita, hoy es muy probable que seas una viuda y necesitarás un macho a tu lado, argumentó Juan.
-         Cállate!, no vuelvas a decir eso o hablaré con Abel.
-         Abel, Abel, Abel, la remedó irónicamente él. Déjate de tonterías y asume que ya no tienes pareja de una vez!
-         Te desconozco Juan, ahora entiendo algunas cosas.
-         ¿Qué cosas?, inquirió nerviosamente él
-         Todo, siempre has sido un cínico haciéndote nuestro amigo, y todo ¿para estar conmigo?, por Dios Juan, que mala clase eres.

Dicho esto, ella paró su cola y raudamente regresó con la bandada. Los ojos inexpresivos de la golondrina rechazada la miraron con odio mientras ella volaba lejos de aquel platanero.

La mañana siguiente a aquel episodio llegaría con una gran conmoción entre aquella comunidad de aves.

Abel, cómo era su costumbre, sobrevoló al alba los diversos nidos de su bandada, todos estaban ya con sus más madrugadores habitantes gorjeando y saludando la anunciada salida del sol. Nada parecía extraño hasta que sobrevoló el árbol donde vivían Violeta y sus hijos. Los gorjeos de Violeta no eran de alegría. En ellos había verdadero dolor. Presuroso, el líder bajó al nido. Lo que vió dio inmediata respuesta a su incertidumbre inicial.
En el medio del nido, Timón yacía ante las miradas estupefactas de sus hermanos, con un hilo de sangre que nacía de la base de su cráneo. Inmóvil, flácido, muerto.
Violeta no paraba de llorar y sus hijos no lo podían creer.

La ceremonia fue corta. Entre Halcón, Abel y otros machos de la bandada habían empujado el cuerpo de Timón al suelo, para con sus picos escarbar entre la tundra y tapar con hojas el cuerpo de la infortunada joven ave.

-         Halcón, ¿te fijaste bien en la herida de Timón?
-         Si. Creo que fue un insecto muy grande y ponzoñoso el que le mordió.
-         Pero…¿cómo no mató a los demás?
-         Es probable que Timón haya aleteado antes de su muerte y el bicho se haya asustado.
-         Mmmhh…Puede haber sido un escorpión. Reflexionó Abel
-         O una araña.
-         Lo que no entiendo es que nunca antes pasó algo así, y siempre hemos anidado en estos parajes Halcón…
-         Tendremos que hacer una revisión completa de todos los árboles y arbustos de alrededor.
-         Bien, distribuye los grupos y hagamos la inspección. No queremos otra tragedia en nuestra comunidad. Eh…¿cómo está Violeta?
-         Le acompañan otras hembras de la bandada. Está algo más tranquila.

En las zonas cálidas cómo aquellas viven cientos de diversas especies de insectos, inocuos y ponzoñosos, de diversos tamaños. También serpientes. Es un microclima en el cual conviven diversas especies, que habitualmente se respetan sus espacios, pero cada cierto tiempo se dan eventos desafortunados y la muerte de Timón podría haber sido uno de ellos.
Violeta estaba desconsolada, de su última nidada, Timón era el huevito más pardo y por tanto el que más demoró en romper su cascarón. Fue un avecilla feliz y graciosa, que siempre giró alrededor de sus papás para jugar y volar. Fue un buen hermano con los demás y por lo general aceptaba los chistes y bromas de sus hermanos mayores.
Ahora, que había crecido, tenía un hermoso plumaje gris en su cola, que delataba que ya era todo un machito listo para buscar una hembra y formar su propia familia.
Aquel día pasó triste para toda la bandada de golondrinas del norte.

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Serafín, aprovechando un tibio sol de invierno poniente, inflaba su pecho y con sus alas desplegadas planeaba sobre los bosques que se ubicaban al sur de su molino. En su retina la imagen de aquellos cirros del extremo opuesto le hacían imaginar que allá muy lejos estaban Violeta, sus hijos y su bandada.
Pensó, mientras volaba a unos veinte metros de altura, en que aún ni siquiera llegaba a la mitad del tiempo que tendría que esperar para volver a reencontrarlos.
Se posó en la rama de un ciprés muy alto y sopesó la decisión. Volaría al sur, iría en busca de los suyos. No importaban los riesgos, la recompensa era su mayor motivación.
Esa noche habló con sus amigos y les contó su determinación.

-         Estás completamente loco Serafín!. Mateo lo miraba con sus ojos muy abiertos.
-         No way, no way mi querido chiquitín, exclamaba Raquel
-         Pero entiendan, me prepararé bien. Volaré bajo para no ser presa de rapaces, planearé en las corrientes térmicas para ahorrar fuerzas y descansaré por las noches. Yo creo que puedo llegar.
-         Serafín, las probabilidades que mueras en esa travesía son enormes. Dijo Mateo.
-         Si sé, pero aún no llega lo más duro del invierno y creo que no lo podré soportar. Si tengo que morir, prefiero hacerlo con un objetivo, no en la desidia. Por favor, apóyenme, lo haré, con o sin su consentimiento.
-         ¡Que testarudo eres colagris!, ya vamos a dormir que mañana será otro día. Dicho esto, la urraca enfundó su cabeza entre sus alas y escondió su pata izquierda, señal inequívoca de que ya no hablaría más por ese día.
-         Mira, le murmuró Mateo .Si tanto crees en ti, y tanta es la motivación que te anima, te apoyaré, pero más que eso, volaré contigo hasta donde pueda.
-         ¿En serio Mateo?,¿lo harías por mí?
-         Debo estar absolutamente loco, pero no te dejaré sólo querido amigo.
-         ¡Si tú vas, yo voy!. La aguda voz de Raquel denotó que no dormía.

Debido a que Serafín tenía en su ADN la información genética migratoria, pudo dar todas las instrucciones de preparación a este especial y curioso dúo de principiantes, o “migradores a la fuerza”. Una de ellas era que tenían que comer más del triple de su alimentación diaria, lo que no era fácil, ya que la comida escaseaba más y más.
Raquel voló a la ciudad y después de muchos sobrevuelos, encontró en la bodega de una casa de la periferia tres enormes sacos de mijo. No se demoró mucho en alertar a sus compañeros que durante días se hartaron de tan delicioso pero inmóvil alimento. Afortunadamente para Mateo, aquella bodega, también era refugio de lauchas y ratones sabrosos y gordos.
Enarbolaron sus plumajes y en un pozo de brea bastante aguada por las lluvias, lo lubricaron aún más para poder soportar los vientos helados con los que se encontrarían.
Una mañana, al despuntar el alba, aquel trío salió rumbo al sur. Adelante, Serafín, guía de los otros dos emplumados y disímiles voladores.
Tuvieron que acomodarse a los diferentes estilos y velocidades de vuelo de cada uno.
El más grande de los tres era Raquel, que con su cola negra llegaba a medir casi medio metro de largo, pero su vuelo era menos rápido que el de Serafín. Mateo, la lechuza era más torpe y duplicaba en tamaño a la golondrina, pero un aleteo de él equivalía a varios de los otros. Así, vistos desde abajo, eran un remedo casi absurdo a unos terrenales perro, gato y rata en tamaño, color y forma. No obstante, eran un equipo, tal cómo en algún momento lo había dicho Serafín.
La primera jornada fue muy dura, ya que el frío arriba era muy intenso y escarchaba sus plumajes. Tuvieron que hacer varias bajadas a áreas menos gélidas, pero más lentas para el vuelo. La primera noche ya habían cruzado el río Eire y dejado atrás el territorio de Canadá.
La noche fue generosa, ya que encontraron un granero dónde pasarla y guarecerse de una lluvia torrencial y muy helada que caía sobre Filadelfia.

A diferencia de Serafín, sus camaradas no acostumbraban a comer en vuelo, por lo que las jornadas debían tener dos o tres paradas para que tanto la urraca cómo la lechuza se alimentaran escasamente.
Fue así cómo una de esas escalas la hicieron en el borde de un riachuelo para también saciar su sed.

-         Mmhh, que agua más cristalina y sabrosa exclamó Raquel.
-         ¡No te metas con mi agua!. La anónima amenaza los paralogizó. Miraron en redondo y vieron, sobre un tronco en la mitad del curso un pájaro muy pequeñito – incluso más que Serafín – pero con un enorme pico mirándolos desafiantes.
-         ¿Y tú quién eres?, preguntó Mateo.
-         Soy el dueño de este enorme río y si quieren beber de mi agua, tienen que pagarme, respondió el ave.
-         Vamos, si sólo tomaremos un poco y retomaremos nuestro vuelo, le dijo Serafín amistosamente.
-         No no nooo, ustedes no me dan confianza. Nunca he visto un trío más disparejo en mi vida…una urraca…una lechuza y un…¿gorrión?
-         No, soy una golondrina.
-         No no nooo,las golondrinas migran al sur antes del invierno. Yo creo que eres un gorrión, esos no se van a ninguna parte, son flojos, asi que si es así, eres flojo y si eres flojo, te quedarás en mi río y eso no lo acepto, dijo malhumoradamente el pájaro.
-         Perdón,¿y tú eres un sapo que vives en un río?. Le dijo Raquel, que era experta en mofarse descaradamente.
-         No no nooo, soy pescador, Martín pescador.
-         Ahh, ya lo veo, por eso estás aquí. ¿Estás pescando?
-         Mhh, sí. Eso es lo que hago. Como pequeños peces y ricos insectos acuáticos.
-         Y estás sólo? Preguntó Serafín.
-         Ajá, solito. Mi bandada se fue en busca de otros ríos menos helados y con más comida.
-         ¿Y porqué no te fuiste con ellos? Inquirió Mateo.
-         Porque no quise dejar mi río. Nunca pensé que los pececillos fueran a desaparecer cómo lo han hecho. Parece que me equivoqué.
-         O sea, eres migratorio?,volvió a preguntar Serafín.
-         A veces, año por medio quizás.
-         No quieres unirte a nosotros, vamos al sur, en busca de mi bandada y de climas más templados.
-         Uf, pensé que nunca me lo pedirían. Gracias, si. Denme un instante y estoy listo.

Dicho esto, Martín se sumergió por un par de minutos y salió del agua relamiendo los bocados que pudo encontrar en el fondo.
Desde ahora, la bandada era mucho más ridícula, pero también más grande.
Martín resultó ser un excelente compañero de vuelo para la golondrina, ya que su tamaño era muy similar al de Serafín y volaban con aleteos muy similares. Además, tenía un sentido del olfato mucho más desarrollado, especialmente para el agua, lo que les permitió alcanzar a guarecerse en más de alguna oportunidad antes de la llegada de una lluvia inesperada.

Volaron por sobre la costa este de Estados Unidos, que aunque estaba más al sur, todavía mantenía temperaturas odiosas para el cuarteto de pájaros.

En la tarde de la tercera jornada de vuelo, sin previo aviso, una grandiosa y amenazante nube negra los envolvió. El frío allí adentro era yerto. Perdieron la noción de altura tratando de salir, evitando a toda costa el dejar de verse entre ellos.

-         ¡No nos separemos! Gritó Mateo.
-         ¡Pongámonos en cadena! Sugirió a los gritos Martín.
-         ¡Arriba tú Raquel, al medio los chicos y yo por abajo! Fue la respuesta de Mateo.

Sin preámbulos de ningún tipo una luz incandescente los encegueció y un trueno nacido allí mismo los castigó sin piedad. Ya no se vieron entre ellos, la situación era aterradora. Habían perdido el contacto, la razón y la orientación.
Serafín, en su experiencia sabía que era imposible subir más, ya que aquellas nubes negras podían ser infinitas. Por tanto tomó la decisión de bajar en picada para abandonar tan inhóspito lugar.
Al cabo de unos minutos pudo distinguir frente a el la tierra, había salido de la nube, llovía a cántaros. Bajó mirando a sus flancos para ver si encontraba a sus amigos. Nada, no veía a ninguno. De pronto recordó que Raquel y Mateo eran más rápidos que él, por tanto era posible que le antecediesen, pero Martín, ¿Qué sería de Martín?

Siguió su vuelo en picada hasta llegar a tierra firme. Un gran roble, ubicado en la playa de un mar encabritado lo cobijó. Le dolían sus alas por el esfuerzo, su corazón latía muy de prisa y el frío empalaba su pequeño cuerpo. Sin darse cuenta se durmió profundamente.
El oleaje del mar le despertó muy temprano la mañana siguiente. La tormenta había amainado, no así el frío. Tenía hambre, tenía sed y tenía pena. Estaba sólo.
Haciendo un esfuerzo, voló hasta la rama más alta y trató de ubicarse. Al frente estaba el mar infinito, abajo el gran roble y atrás una vieja instalación con grandes toneles a su alrededor. No sabía dónde estaba. Comenzó a trinar.

-         ¡Raquel!, ¡Mateo!;¡Martín!
-         ¡Raquel!, ¡Mateo!;¡Martín!

Nada, el sonido del oleaje del mar era el único que le respondía.
Giró su vista al horizonte por donde saldría el sol en el Atlántico y se sobresaltó al ver un bulto café en la orilla, confundiéndose con la arena color miel de aquel lugar. Voló presurosamente, con su corazón apretado.
Allí estaba Mateo, derrumbado sobre aquella solitaria playa. Exangüe e indefenso. Con sus alas abiertas y el pico clavado en la arena. Serafín se posó presurosamente a su lado y le llamó.
Nada, no había respuesta.

Le picoteó el hombro, pero la lechuza no respondía. Serafín determinó darlo vuelta para sacar el rostro con forma de corazón de su amigo de la tierra. No era fácil la tarea. Mateo más que duplicaba el tamaño de la golondrina. Miró hacia todos lados angustiado. Una rama, eso le ayudaría a hacer palanca con el cuerpo inerte de su amigo.
Puso la rama en su pico y decidió más que darlo vuelta, sacar la arena por debajo del rostro de la lechuza.

-         Serafín!, Serafín! . Los gorjeos de Raquel y Martín lo asustaron, pero a la vez le devolvieron el alma a su pequeño cuerpo.

Ambas aves se posaron junto a él y cruzando sus picos se saludaron afectuosamente. De inmediato repararon en Mateo.

-         ¿Está muerto? Preguntó tímidamente el pescador.
-         No lo sé, pero no despierta.
-         Vamos, démosle la vuelta, ordenó Raquel.

Parecía estar muerto, pero no. Había un extraño olor en Mateo. Martín se acercó y con su buen olfato detectó un aroma dulzón y agrio a la vez en el halito de Mateo.

-         No se lo qué es. Parece que lo han bañado en veneno, dijo Martín.
-         Todo su plumaje tiene ese olor, exclamó Raquel

De pronto, un fuerte erupto brotó de las entrañas de Mateo.
La sorpresa fue mayúscula para los otros tres. Mateo no estaba muerto, aún vivía, pero, ¿estaba muy herido?. Raquel fue en busca de agua dulce y se la traspasó al pico de la lechuza. Esta vez un fuerte hipo brotó del comedor de ratas.
Lentamente abrió sus ojos y miró a sus amigos.

-         Hola mis queridos camaradas…hip…que tomaremos de desayuno…hip!
-         Mateo, Mateo, estás vivo! Gritaron Serafín y Martín al unísono.
-         Yes, vivo y coleando…hip….pero con mucha sed…hip

La algarabía se apoderó de los tres. Trajeron más agua para Mateo, quién cuándo recuperó la lucidez les contó su tragedia. Resulta que al igual que los otros, también bajó en picada huyendo de la nube asesina, pero, cómo su vista dominada por tantos ojos, estaba aún más enceguecida que los otros, no calculó la llegada a tierra, y de pronto, sin saber cómo, rompiendo una delgada lona, cayó a un profundo tonel de líquido viscozo, fuerte y azucarado. Había caído al interior de un tonel de ron. Afortunadamente pudo salir a flote y volar un par de metros hacia fuera. De ahí en más, no supo nada hasta que despertó bajo las miradas de su compañeros de vuelo.
Probablemente, esta había sido la primera borrachera en la historia de una lechuza.

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Para Violeta, la muerte de su hijo menor había sido un duro golpe, nunca había perdido uno de los suyos pese a haber tenido ya varias nidadas.
Claude, cómo hijo mayor asumió un rol protector cada vez más maduro y de una u otra manera postergó sus gorjeos amorosos propios de la época estival, por otros más de macho de nido.
Ayudaba a su madre, quién después del fatal accidente de Timón, casi no volaba para alimentarse, por tanto él se encargaba de llevarle larvas a su nido.

Cuando se disponían a dormir, escucharon el fuerte aleteo de Abel que llegó a posarse a la rama de los nidos de la familia.
Saludó a los chicos y se acercó lentamente a Violeta.
-         Hola Abel dijo ella con poco entusiasmo, ¿terminaron ya la revisión del lugar?
-         Si, por fin hemos concluido, y no hemos encontrado nada anómalo Violeta.
-         Fue la mala suerte, dijo ella desconsolada. Si hubiese estado Serafín probablemente esto no habría ocurrido.
-         No lo sé querida, sigo pensando que todo esto fue muy raro.

Claude, que escuchaba la conversación desde su nido, reparó en que en esos tres largos días desde la muerte de su hermano menor, Juan no había sido visto en la bandada. Pensó en ello, pero ¿Qué motivaría a Juan a cometer tan flagrante acto si lo que quería era el amor de su madre?
La conversación entre Abel y Violeta tuvo un giro inesperado.

-         El día de la muerte de Timón te vi muy nerviosa cuando volvimos de las plantaciones amarillas, dijo Abel.
-         Mmhh, no recuerdo esa tarde
-         ¿No fusite a beber elixir de miel con Juan?
-         Ah, si, así fue…
-         Es curioso que él, siendo tan amigo de Serafín y tuyo, no haya colaborado en la revisión del área. ¿no te parece?
-         Ocurre que ese día tuvimos una gran discusión Abel
-         ¿Por qué, qué pasó?
-         Nada, nada, la verdad fue una estupidez.
-         Viole, recuerda que no sólo soy el líder de la bandada, también soy tu amigo.
-         Trató de aprovecharse de la ausencia de Serafín.
-         ¿Cómo has dicho?
-         Si, me engañó llevándome a los plataneros y…ya sabes.
-         Maldito infeliz y cobarde, con razón está escondido

Ya a Claude, a la luz de lo que había escuchado, se le completó el panorama. Aquel pájaro era el principal sospechoso de la muerte de su hermano.
Antes que despuntara el alba, Claude con sus patas y pico, desenterró el cadáver de Timón.

Aún no estaba descompuesto. Con lágrimas en sus pequeños ojos revisó detenidamente el cráneo y cuello de su pequeño hermano y lo que vió corroboró todas sus aprensiones. Entre el pequeño cuello y la cabeza,  cubierto con sus pequeñas plumas grises, Timón tenía una herida provocada por un picotón, justo bajo el cráneo de la malograda ave.
Instintivamente, introdujo lentamente su propio pico en el orificio de la herida. El tamaño, la profundidad y la forma concordaban absolutamente. Era un hecho, Juan, u otra golondrina macho, había asesinado a Timón.
¿Se lo diría a su madre?, o a Abel?. No, él tomaría la venganza con sus propias alas.

Volvió a cubrir de tundra el pequeño cuerpo inerte de Timón y volvió a su nido a pensar cómo vengaría la muerte de su hermanito.

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El clima cambió en cosa de horas. Desde el frío que les acompañó hasta ahora, la tibieza del caribe los reconfortó y alentó que gran parte de su esfuerzo se vería consumado.
Serafín sólo tenía dos interrogantes en su pequeña cabeza.
¿Cómo estarían Violeta y sus hijos?
¿Cómo los encontraría entre tantos miles de bandadas que habitan el sur del Ecuador en esta época?
Pero, se las guardó para sí. Ya era enorme el esfuerzo de sus camaradas para agregarles otra preocupación.
Probablemente estaban ya sobre la isla de Cuba cuando Raquel empezó a sentirse mal. Su aspecto era de sumo cansancio y ya casi no hablaba.

-         Serafín, ¿te parece que paremos por esta tarde y bajemos a algún bosque a descansar? Preguntó un ya repuesto Mateo.
-         Si, creo que Raquel está muy mal, respondió Serafín.

Dicho esto, las cuatro aves planearon y descendieron lentamente. Los tejados rojos y el campanario de un pequeño pueblo los recibieron con el sol de la tarde.
Mateo, cómo líder en la faceta de alojamiento y aprovisionamiento los condujo a una abandonada barraca en la periferia del pueblo.
No les fue difícil conseguir comida, salvo para Martín, que en su afán de engullir peces, tuvo que volar un poco más hasta encontrar un pequeño estanque en las cercanías.
La barraca tenía un doble paredón de adobe blanco y de él surgían de manera casi matemática unos maderos hacia el exterior e interior del recinto. Una pequeña construcción al centro se elevaba unos metros sobre la altura del paredón y al no tener ventanucos, no se veía por dónde entrar. El paredón se veía más o menos seguro, el cansancio de todos les animó a pasar allí aquella víspera.
Raquel se durmió en un santiamén, mientras Serafín y Mateo conversaban animadamente de los progresos de la travesía con el pequeño Martín.
Pronto oscureció. El cielo se tornó a un rojo intenso, luego violeta y finalmente de un azul muy intenso plagado de estrellas.
Al cabo de unos pocos minutos, los cuatro amigos dormían profundamente.

Una sombra emergió aleteando desde el entretecho de la construcción central. Entre las aberturas de las tejas rojas había huecos hacia el interior.
Luego otra, y otra. Las sombras negras aleteaban casi sin emitir ruido. Eran grandes cómo un ratón, pero con alas y colmillos muy afilados.
Atontados por un día de sueño colgados, los murciélagos salían en la búsqueda de sangre. Su olfato y su extraordinario sentido de ubicación detectó de inmediato a sus presas más cercanas. De pronto, cientos de estos horribles animales se abalanzaron sobre las aves. Los gritos de los murciélagos despertaron de inmediato a Martín quién gritó alertando a sus amigos.
Serafín y Mateo despertaron en el momento justo que los mamíferos voladores llegaban a ellos, alcanzando a emprender un vuelo de huída. Raquel no reaccionó.
Al menos siete murciélagos se prendieron con sus dientes y garras del aún fatigado cuerpo de la urraca, quien en su asombro y dolor sólo sintió un abrazo mortal casi inmediato de aquellos fatídicos entes nocturnos.
Su cuerpo cayó pesadamente al suelo, y antes de que alguno de sus amigos pudiese hacer algo, se abalanzaron sobre el ave del negro plumaje más de cincuenta devoradores de sangre.
Serafín, Mateo y Martín volaron tan rápidamente cómo pudieron lejos de allí, con el alma y el corazón acongojados por la enorme tragedia acaecida en aquel lugar.
Sólo se tenían ellos tres. Raquel ya no estaba.

El alba llegó muy pronto. Sobrevolaban un mar de intenso color turquesa en sus orillas y azul profundo más adentro. El clima era templado, lo que les permitía volar más rápido por el efecto que ello producía en las corrientes ascendentes.
Pese a que ya habían sorteado las bajas temperaturas del norte y que su vuelo ahora era más seguro, no había alegría en su vuelo. La tristeza de haber perdido a Raquel de manera tan trágica había mermado el espíritu de aquella particular bandada.
Llevaban recorrido más de la mitad del camino. Comenzaban a sobrevolar Sudamérica


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Esa mañana, luego de una cálida tormenta tropical sobre el Ecuador, la tundra estaba plagada de pequeños coleópteros e insectos voladores, anticipando un magnífico festín de las bandadas que anidaban en la zona.
Claude, que desde la muerte de su hermano, había tomado el cuidado y protección de su madre y su hermana, abrió sus pequeños ojos al despuntar el alba y comenzó a gorjear previendo una gran jornada de buena alimentación.
Mirsa y Violeta se desperezaron mientras sus nidos eran bañados por el sol de esa mañana.
De pronto, casi de manera simultánea, todas las aves que conformaban más de veinte bandadas, aletearon y en picada se dirigieron a los pastizales aún húmedos, llenos de exquisiteces.

La tundra de pronto se vió inundada por cientos de golondrinas que la sobrevolaban con sus picos abiertos, deglutiendo a su paso los jugosos insectos que allí pululaban.
Al cabo de un rato y con su estómago lleno, Claude y su hermana se posaron sobre la rama de un viejo olmo.
-         ¿Dónde está la mamá?, preguntó Claude.
-         No se, volamos juntos hace un rato pero la perdí de vista, replicó Mirsa, quien aún tenía en su pico las pequeñas patas de un insecto de color verde. Aún debe estar comiendo.
-         Es raro, dijo Claude. Ella siempre come menos que nosotros y la verdad es que aún está muy decaída.
-         ¡Hola muchachos!. La fuerte voz de Halcón los sorprendió mientras se posaba en la rama de arriba de ellos.
-         Hola Halcón, respondió Claude. ¿Haz visto a mi madre?
-         Si, recién la vi volar hacia la vieja presa junto a Juan.
-         ¿¡Qué!?. Claude sintió que se le congelaban las alas.
-         Si, iban ambos en dirección norte.

Minutos antes, mientras sobrevolaba con su pico abierto, Violeta perdió de vista a sus hijos y se vió rodeada de muchas golondrinas de otras bandadas. Presurosa trató de levantar más su vuelo para buscar a los suyos, cuando a su espalda escuchó una voz familiar.

-         Hola Violeta, hace tiempo que no te veía. Era Juan
-         No te acerques por favor, ya te lo dije.
-         Violeta, por favor perdóname, eres mi amiga al igual que Serafín y sé que cometí un error el otro día en el platanero.
-         Ya no te creo Juan, eres un aprovechador y me da mucha pena.
-         Por favor Violeta, entiéndeme. Te quiero mucho y ese día mi cabeza estaba mal. Te ruego que borres ese episodio. Se por lo que estás pasando después de la infortunada muerte de tu polluelo.
-         Desapareciste, no te vi entre los machos que inspeccionaron la zona. ¿Dónde has estado?
-         Mi vergüenza por lo hecho me obligó a hospedarme con otra bandada. No podía mirarte la cara después de mi deplorable actitud. Por favor perdóname.
-         Está bien Juan, pero por favor que no se te ocurra volver a hacer algo semejante.
-         Créeme, soy tu amigo y te protegeré hasta que volvamos al Norte.
-         Por casualidad ¿viste a mis hijos?
-         Sí, vi que se dirigían a la antigua presa del norte.
-         Uf, pero cómo pueden irse tan lejos.
-         Si quieres los vamos a buscar. El brillo de la mirada de Juan cambió levemente, pero Violeta no se percató.


Debemos ir por ella gritó Claude a Halcón, quien ignorante de todo se sorprendió con la urgencia de la petición.
-         Esta bién, está bien, vamos.
-         Primero iré a dejar a Mirsa al nido y nos juntamos en un par de minutos.
-         Te espero, le dijo Halcón.

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El macizo azuloso que conformaba los inicios de la cordillera de Los Andes por el norte se distinguía por sobre al verde perenne de los suelos de la región y el azul intenso del mar Caribe que dejaban tras ellos. En esa parte la cordillera no superaba los dos mil a tres mil metros, pero ya era un espectáculo maravilloso, especialmente para Serafín quién había hecho aquella ruta antes.

-         Estamos a menos de una jornada de llegar! Gritó alegremente la golondrina.
-         Si, si, siii, replicó Martín, embelezado por la cantidad de ríos y canales que bajaban por aquellas laderas.
-         Es maravilloso! exclamó un exultante Mateo, quién nunca había visto esta parte del mundo.
-         Sigamos en dirección sur oriente, hacia las selvas del interior. Ahora, las corrientes cálidas de la montaña nos ayudarán mucho. Prepárense para planear hacia ese valle. La recomendación de Serafín era clave para todos.

Así, los tres inclinaron sus cuerpos y alas hacia la izquierda y comenzaron a planear con el maravilloso aire cálido bajo sus emplumadas alas.
Decidieron hacer el último descanso antes de llegar a su destino, ya se acercaba el ocaso y tenían merecido un descanso apropiado, ya que desde la infortunada parada anterior, sólo habían hecho pequeños descansos para evitar los peligros que existían en aquellas lejanas tierras.
Desplegaron sus alas y descendieron a un maizal bastante ancho y muy amarillo.
Estaban realmente cansados, pero pese a ello, decidieron dormir por turnos. El primer vigía sería Serafín, quién en su afán de encontrarse con su familia pronto, no habría parado a descansar.
Escogieron la rama de un gran árbol de grandes hojas muy verdes y tronco grueso. Martín y Mateo se quedaron dormidos casi de inmediato. Serafín se dispuso a hacer su guardia.
Al cabo de un rato, un aleteo lejano le puso en alerta, Serafín aguzó su oído y giró su cuello en todas direcciones.
El aleteo era cada vez más cercano, y no se trataba de uno, si no de dos o tres pesados voladores los que se escuchaban.
Serafín despertó a sus compañeros y se dispusieron a arrancar en cuanto fuera necesario.

El ruido de las alas sobre el viento cesó de pronto. Los intrusos se habían posado en algún lugar cercano. Mateo, que tenía una vista privilegiada enfocó sus ojos hacia el lugar y vió tres grandes figuras emplumadas sobre las ramas de una encina cercana. 


- Oye chico, que te digo que eso fue merengue, gritó una de las figuras.
- Que va Ronaldo, eso es salsa, si tu lo sabes.
- Bueno, en fin, que más da, dijo el tercero, igual hemos tenido que arrancar panas.
- Estas rumbas me gustan, pero ya sabes que los humanos toman su agua y se ponen pesados con nosotros. Fue mejor volar lejos de ellos.

La visión de Mateo le permitió ver ahora más nítidamente a los tres enormes papagayos que discutían entre ellos de cosas que no entendían para nada.
Uno de los papagayos, cansado de tanta cháchara les dijo a sus compañeros que quería dormir y voló en dos segundos hacia el árbol que cobijaba al trío desigual.

-         Guau, exclamó al ver a los tres disímiles pájaros mirándolo con cara de horror.
-         Qué pasa Ronaldo, gritó otro de los papagayos desde su árbol.
-         Mira que tenemos visitas chico, replicó Ronaldo

Serafín, Martín y Mateo, con sus picos abiertos de impresión no podían dar crédito a lo que veían. Un enorme pájaro, de pico ganchudo “cómo lo hará para comer”, con unos grandes ojos en una cabeza verde y un cuerpo cuyo pecho era amarillo, alas azules y una espalda roja, les miraba atónito.

-         No nos hagas daño, no, no, noooo, suplicó un Martín horrorizado.
-         Que va chico, yo soy un pájaro igual que tu, ¿por qué habría de hacerte daño?
-         Y…qué clase de pájaro eres, preguntó tímidamente Serafín.
-         Pues soy un simple papagayo, replicó Ronaldo. Y ustedes, qué hacen aquí.

Los otros dos coloridos emplumados llegaron al árbol de grandes hojas verdes.

-         Estamos descansando, hemos tenido un largo viaje, contestó Mateo.
-         Pues y de dónde vienen y para dónde van, preguntó Aldo, otro de los papagayos, cuyos colores eran muy similares a los de Ronaldo, pero en diversas posiciones.

Al ver que estos tres coloridos pájaros no representaban peligro, Serafín y Mateo les contaron su larga odisea, con plumas y detalles. No dejaron nada sin contar.

-         Guau,esa si que es historia mis amigos. Nosotros en cambio, sólo vivimos aquí y volamos lo justo y necesario. Tenemos que vivir en la selva cálida, por que un poquito de frío nos tira de patas, jajaja.
-         No, no, nooo, ustedes ni saben lo que es el frío, la nieve, el hielo, noooo, dijo Martín.
-         Huy que me lo den mi chico. No nuestro hábitat es toda esta zona caliente, caliente…
-         ¡Cómo la salsa! Gritó el tercer papagayo llamado Gerardo
-         ¡Cómo el merengue híjole! Exclamó Ronaldo, empezando su discusión que a los demás no tenía sentido alguno.

La mañana siguiente los despertó el cálido sol del este, muy temprano. Con la luz natural, los coloridos plumajes de sus nuevos amigos eran realmente extraordinarios.
Por recomendación de Ronaldo, se dirigieron a un pantano cercano dónde se alimentaron de insectos y larvas jugosas. Los papagayos les miraban asombrados, mientras ellos comían frutos de diversos tamaños y colores agarrados con sus patas negras.
-         Estamos muy cerca de nuestro destino, dijo Serafín a Ronaldo.
-         Entenderás que no te podemos acompañar, no somos aves de vuelos muy largos, somos muy pesados en el aire.
-         No te preocupes Ronaldo, ya ha sido suficiente vuestra ayuda y compañía, pero quizás me podrías indicar….

Serafín describió a Ronaldo el área dónde él sabía que las bandadas del norte hacías sus nidos en el sur del Ecuador. Los tres papagayos discutieron por varios minutos la forma de llegar a dicho lugar, que por cierto ubicaban desde lo alto. Finalmente el veredicto fue bastante categórico.
-         Deben volar hacia el este por esta latitud y cruzar los montes bajos, allí llegarán a una gran explanada que tiene dos ríos que se bifurcan de uno más grande. Sigan el caudal de el río de la derecha y retomen el vuelo por detrás de la cordillera. Sobrevolarán un pequeño pueblo – de gente muy rumbera por cierto – y llegarán a los bosques de plataneros. Vuelen juntos y en una cuatro a cinco horas estarás con tu mamita querida loco enamorado…jajaja.

La despedida de esos tres curiosos amigos fue cálida y divertida. Al momento de emprender el vuelo, se seguía escuchando la discusión de ellos entre la salsa y el merengue.

El vuelo fue plácido. Bien alimentados y con el calor del sol ecuatorial volaron sin contratiempos a su destino.

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Juan había engañado una vez más a Violeta.
Cómo era su costumbre, había urdido muy bien su plan de engañar a la golondrina que amaba desesperadamente.
Durante los días que estuvo desaparecido, había congeniado con unas azules cánoras que vivían en aquella zona y nunca migraban.
Haciéndose el herido, con manchas de sangre en su pico y pecho, había logrado ganarse la confianza de las pequeñas e ingenuas aves ecuatorianas.
Eran pájaros muy alegres, jamás discutían y siempre estaban de excelente humor, lo que llamó la atención de un irascible Juan. ¿Qué era aquello que les daba tanta felicidad?
El macho mayor de aquella comunidad, un hermoso ejemplar de unos quince centímetros, lideraba todos y cada uno de los acontecimientos que allí se daban. El respeto y admiración de todas las cánoras era irrestricto.
En una oportunidad, mientras engullía una cuncuna, Juan escuchó la siguiente conversación entre el líder azul y un macho de la bandada.

-         Gran líder, mi pareja, a quien quiero mucho, ya no es la hembra con la que me he apareado antes. Parece que ya no siente lo mismo que antes.
-         Ahá!, veo que tus dotes románticas han ido flaqueando mi querido Puol, le contestó el viejo cánora.
-         Puede ser, puede ser, pero mi amor por ella nunca desfallece.
-         Bueno, es momento entonces que la lleves al muro del agua y se bañen juntos bajo la pequeña cascada…
-         ¿Por qué?, le interrumpió Puol.
-         …escucha, una vez que ambos estén mojados por el agua, debes llevarla a beber el elixir del hibisco rosa y en ese mismo momento volverá a ser la hembra que amas por mucho tiempo más.

Dicho esto, Puol agradeció el sabio consejo y voló hasta dónde estaba su amada, sin saber que Juan le seguía.
Al cabo de un rato, la pareja voló hacia la vieja presa del sur y se internaron entre los escombros hasta descubrir aquella fina y hermosa cascada de aguas, que se había resistido a ser parte del flujo del río, cayendo por una pendiente de unos treinta metros de altura directamente a las rocas y plantas de abajo.
Juan vió como Puol y su hembra cruzaron bajo el cristalino y ligero manto de agua, mojando sus azulosos plumajes y se dirigieron hacia los hibiscos de varios colores que allí crecían.
La hembra quiso sorber de uno de un hermoso color ámbar, pero Puol con sus aleteos y gorjeos le convención de probar primero el rosa.
Todo fue casi mágico para los ojos de la golondrina. La hembra tuvo un cambio repentino, y casi de inmediato comenzó a volar y a perseguir a su amado. Ambas aves subieron a lo alto de uno de los mismos hibiscos y acurrucados, se amaron.

Juan y Violeta volaron en dirección de la presa que estaba río más arriba. El objetivo de él era claro, quería el amor de Violeta aún contra natura, sabía que si repetían el ritual de las cánoras, el coloquio entre éllos nacería de inmediato y por fin podría reemplazar a Serafín.

Claude, junto a Halcón, Abel y otros machos volaban en esa dirección pero bastante más atrás. No se veían los alados cuerpos de su madre y el intruso Juan. Claude temía lo peor.

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Un pequeño bosque, en el que contrastaba el verde intenso de los árboles con pequeñas manchas azules suspendidas en sus ramas llamó la atención de Serafín. Sabía que estaba muy cerca, pero no lograba encauzar su camino aún. Bajaron unos metros y distinguieron que aquellas manchas azules eran una aves casi de su mismo tamaño y muy cotorrientas.
Serafín se posó en una rama y saludó a quienes la habitaban. La respuesta lo sorprendió.

-         Hola Juan,le dijo un jóven macho.
-         Perdón, ¿me has dicho Juan?
-         Bueno, ese es tu nombre,¿o no?, ¿dónde has estado desde esta mañana?, ¿Quiénes son tus amigos?
-         Parece que me confundes, mi nombre es Serafín y soy una golondrina
-         Y yo una lechuza…dijo Mateo
-         Y yo un pescador, terminó Martín.
-         Si, ya se que eres una golondrina, nos contaste tu historia, que te echaron de tu bandada, que te hirieron, que…
-         Un momento, interrumpió Serafín,¿también te dije dónde estaba mi bandada?
-         Por supuesto, gorjeó el azul pájaro, atrás de la vieja presa del sur

Serafín siguió con la vista la indicación que había dado con su ala el cánora y vió la presa y recordó totalmente la ubicación de sus pares.

-         ¡Hemos llegado! Gritó pleno de felicidad Serafín a sus compañeros.
-         ¿En serio…ya? Le respondió Mateo.

Sin dar paso a más pérdida de tiempo, Serafín emprendió su vuelo de inmediato hacia el sur, hacia el otro lado de la antigua represa ecuatorial. Su felicidad era tal que cantaba y gritaba mientras aleteaba al encuentro de su familia.
Volaron así un par de minutos y pasaron por sobre una hermosa cascada que caía a pique, despertando el paladar de Martín que pensó en los ricos peces que habría allí abajo.
De pronto, frente a ellos, unas diez a doce aves, volaban en dirección contraria. Su vuelo le era familiar, su color, sus plumajes…¡Eran golondrinas!. En un santiamén reconoció a Abel, a Halcón y por supuesto a su ya robusto Claude, ¡que alegría!
El saludo que Serafín supuso sería de grandes picotones y arrumacos no fue así. Abel, feliz de ver a su amigo, pero con la misión de salvar a Violeta le dijo.
-         Querido amigo, no sabes la alegría que me da verte, pero por ahora no podemos parar, debes seguir con nosotros.
-         ¿Hacia el norte?, que pasa?, preguntó Serafín.
-         Papá, se trata de la mamá, ha sido secuestrada por Juan y tenemos que encontrarla. Se dirigen hacia la presa.
-         ¿Juan?,¿secuestró a Violeta?.
-         Vamos, debemos llegar rápido.

En el vuelo, Juan sabía que el calor imperante en la selva ameritaba un chapuzón, por lo que cuándo bajaron al torrente de agua, Violeta no opuso resistencia alguna. El agua helada los revivificó.
Bajaron los quince metros que los separaban de la tierra y se dirigieron al cambo de hibiscos. “Ya será mía para siempre”
Curiosamente, Violeta no parecía tener ganas de comer, ya que sobrevoló los arbustos y se posó cansada en una rama de éstos.

- Mmmhhh, debes probar este elixir…es realmente delicioso. Le invitó Juan.
- Gracias Juan, déjame descansar un momento y ya estoy contigo.

Las figuras aladas de las golondrinas, la lechuza y el pescador, cruzaron el arco que se formaba entre la roca y el agua. Claude fue el primero en distinguir allá abajo a su madre junto a Juan acercando sus picos al tronco de un gran arbusto rosa.

-Mamaaa, gritó Claude, es una trampa

Serafín, quien ya había intuido que algo andaba muy mal, trató de adelantarse a Claude, pero su cansancio no se lo permitió, por lo que su hijoe fue el primero en llegar a hacerle frente a Juan. El picotazo del joven macho se incrustó en la rama, ya que Juan dio un rápido giro ante el ataque y se posó por detrás de Claude.
Aprisionando por atrás las alas con sus patas, su pico amarillo se ubicó justo bajo su cuello, dispuesto a matarlo con un certero movimiento de cabeza. Levantó la vista y lo que vió lo dejó atónito. Era Serafín quien volaba directamente hacia él.
Juan, se dio vuelta y exponiendo el pecho de Claude a su padre, le gritó.

-         Si te acercas lo mato, tal cómo lo hice con tu otro hijo.

La confesión casi derrumbó a Serafín, ignorante hasta ese momento de la suerte corrida por Timón. Violeta ya había volado hacia un lugar seguro, dónde los otros machos llegaron a protegerla.

-         Vamos y matemos a ese asesino gritó Halcón.
-         No, replicó Abel, esto debe ser resuelto por Serafín.
-         …pero
-         Es así nuestra naturaleza Halcón, dejemos que ella decida quién es el más fuerte.

El arbusto de hibisco tenía unas grandes espinas negras, por lo que Juan se acercó paulatinamente a ellas con su prisionero, para ensartarlo y así no despreocuparse de Serafín. Claude era presa del pánico, su padre no, después de aquella infatigable travesía, de los sufrimientos y dolores de aquel invierno lejano, de la muerte de su amiga Marta, él no se iba a amilanar por un idiota.
Llegó a la rama antes de que Juan lograr su objetivo, por lo que Claude aprovechó esa instancia y se liberó, pero en vez de volar, cayó directamente al cieno, su ala había sido herida por las garras de Juan y no podía volar.
Martín, quien seguía atentamente los acontecimientos, bajó junto a otro macho golondrina a custodiar al hijo de su amigo.

En la rama, Serafín miraba directamente a los ojos de Juan, y se acercaba poco a poco a él. El cansancio era enorme, pero había llegado en el momento justo y debía hacer frente a aquel traicionero.

De pronto, los graznidos de una bandada de cuervos, lo distrajeron. Fue un segundo, o menos, pero el tiempo fue suficiente para que Juan volara raudamente por sobre la cabeza de Serafín y cambiara la posición. Ahora era Juan quien arrinconaba a Serafín, quien instintivamente retrocedió contra la gran espina. Serafín miró hacia arriba, ya no podía arrancar, las hojas y ramitas de esa parte de hibisco cercana al tronco eran casi una trampa. Los picotazos de Juan se acercaban ya a la exhausta ave. Sintió en su espalda el punzante extremo de la espina que sin lugar a dudas atravesaría su agitado corazón.
La vista de Juan era de odio y sus negros ojos brillaban maliciosamente.
Abel, Violeta y los demás no podían hacer nada ya.
Los ojos de Juan parecieron salir de su órbita, un par de grandes garras de color café lo levantaron con una fuerza inusitada. Sintió el lacerante dolor de esas garras perforando su espalda y sus alas. De pronto, Serafín vió que el cuerpo de Juan se abalanzó sobre él.

-         Agáchate!! Fue lo único que alcanzó a escuchar.

Lo hizo y Juan pasó sobre él cómo una tromba directamente hacia la espina del hibisco, que se enterró de lleno en su corazón. Juan con los ojos muy abiertos, sintiendo la llegada de la muerte gritó.

-         Abel, no dijiste que no….No alcanzó a terminar la frase. La muerte le interrumpió.
-         Efectivamente, este era un duelo de golondrinas y su naturaleza es que sobreviva el más fuerte, pero yo soy una lechuza y mi amigo es Serafín, maldito infeliz.

Mateo había salvado a Serafín de una muerte segura, Mateo había salvado a su amigo, aquel que le había dado una maravillosa razón para vivir, aquel que le había dado la mejor aventura de su vida.

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Serafín y Violeta trasladaron el cuerpo de Timón hacia un campo de flores multicolores. Ambos lloraron, ambos rieron, ambos se amaron.




                                                                  Fin

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